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Consultorio del Alma: "Que mi hijo no sufra lo que yo..."

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Rafael Alfonso

Sin duda alguna, la encomienda central que todo padre y madre tiene en esta vida, es el cuidado de los hijos. Atendiendo a esta, es necesario preservarlo de todo tipo de peligros que amenacen su bienestar físico y psicológico. En nuestra próxima emisión de "La hora del deseo", platicaremos cómo, sin embargo, exagerar en este supuesto puede afectar la autonomía, la autoestima y la capacidad para enfrentar los desafíos en la vida adulta en nuestros hijos.

Dos caras de la misma moneda

La crianza sobreprotectora implica un nivel de control excesivo por parte de los padres, donde se evita que el niño experimente situaciones de riesgo o desafío (por ejemplo: que camine, que cargue la mochila, que realice tareas del hogar, que viaje en transporte público, que asista a compromisos sociales).

Por otro lado, se dan los casos de la crianza permisiva en donde se preserva al niño de experiencias como la frustración, el enojo, la pérdida, y desde temprano se hace hincapié en el valor de sus derechos, opiniones y deseos; llegando a darse el caso de que son los niños quienes manejan los horarios de la familia y toman en ella decisiones como dónde ir a pasear o el menú del día.

Por supuesto, esta división tiene fines esquemáticos; lo común es que varias de estas actitudes se encuentren entremezcladas y que los padres de las nuevas generaciones obsequien con estas consideraciones a sus hijos cuando, por su parte, no pueden calcular los efectos que estas tendrán en su desarrollo. Los padres que adoptan estas actitudes de crianza pueden estar motivados por el miedo a que sus hijos sufran o se enfrenten a dificultades. Sin  embargo, para nadie es un secreto que tanto la sobreprotección como la permisividad pueden tener consecuencias negativas en el desarrollo emocional y social de los niños.

Lo que disfraza el amor

Aunque podríamos suponer que los cuidados encaminados a preservar al hijo de toda molestia, en primera instancia, están motivados por un desmedido amor filial, en el Psicoanálisis no nos es ajeno que en esto subyace también la necesidad del propio progenitor de no ser molestado. Nadie quiere lidiar con un niño enojado o frustrado (sin que eso signifique necesariamente un berrinche o una crisis), basta con la idea incómoda de que nuestro hijo podría dejar de amarnos, para perturbarnos. Ante este empuje del Yo, poco valen las afectaciones que esto tendrá en la autonomía, la autoestima y en general en el desarrollo del futuro adulto.

Es bastante previsible que los padres no queramos ver a nuestros hijos enfrentándose a los malestares que han dejado en nosotros mismos, profundas y dolorosas huellas psíquicas. Sin embargo, la experiencia clínica nos dice que, en muchas ocasiones, dichos malestares son menos gravosos de como los recordamos; pero por muchas razones, los afectos generados a partir de ellos están amplificados por las circunstancias que los rodearon. Aunque los padres a menudo adoptan estas actitudes con la intención de proteger a sus hijos, es importante aquilatar la dimensión real de los desafíos de la vida cotidiana y examinar cómo preservarlos de ellos tiene importantes efectos en el desarrollo psíquico de los niños.

¿Quieres saber más? Escúchanos este viernes a las 12:00 del día en La hora del deseo, por Radio Univas. Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921.

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