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Mi caja de cedro

Foto(s): Cortesía
Redacción

Cajas amarradas, sillas, mesas, artículos electrónicos, utensilios de cocina y tantas otras cosas más, amontonadas en una esquina de lo que hasta hace unos días era la sala de la casa, esperan el camión de la mudanza. Recorro con tristeza cada una de las habitaciones para despedirme y, mientras reviso con mucho cuidado que ya no quede nada en ellas, encuentro en un rincón de mi recámara, una caja de madera que nadie vio al retirar todos los muebles. Me acerco, la levanto; al tenerla junto a mí, la magia sucede: el aroma a cedro que emana de ella al abrirla, me trae como un rayo los recuerdos de mi irrecuperable niñez.


Aquí están las “matatenas”: diez estrellitas de colores diversos y una pelotita de color rojo; inolvidables los grandes concursos que con ellas tuvimos en la escuela. Toco las canicas y mi “tiro” de la suerte. Hay de piedra, agüitas, y bombochas, de diferentes colores y muy brillantes. ¡Cuántas tardes nos vieron jugar en la calle fuera de nuestras casas, regresar felices con las bolsas llenas de canicas ganadas a los compañeros, o tristes por haber perdido las nuestras! Encuentro también mi trompo, despintado por el uso y el paso del tiempo con su cordel sucio que presume la última tirada del gane. El balero, recordándome que, aunque no fui buena en su manejo, siempre lo intenté. Y por último el yo-yo, de cuyas suertes muy pocas aprendí.


Encuentro también, muy en el fondo de la caja, unas hojas de color verde pastel en las que acostumbraba escribir a mis novios y pretendientes, algunos incipientes poemas y cartas que nunca envié. Al releerlos, removieron la añoranza de los primeros amores. Cierro la caja y la abrazo cerca de mi corazón, intentando con ello retener el tiempo que hoy parece avanzar con velocidad desmedida, y que nos obliga a dejar atrás los recuerdos más hermosos de nuestro pasado.


Sin soltar la caja, miro desde la terraza el patio que cobijó nuestros juegos infantiles, consoló nuestras juveniles desilusiones amorosas y vio salir algunas de las personas que amamos, hacia su nueva y eterna morada. Con nitidez, mi imaginación coloca en una esquina del patio, el limonar que, sembrado por mi nana con tanto amor, nos prodigaba frutos jugosos durante todo el año, soportó nuestros cuerpos al subirnos a él y sostuvo el columpio que fue la delicia  de los hijos, primos y nietos. Cumplido su ciclo de vida fue desenterrado, y su espacio se cubrió con una fría capa de cemento, llevándose así sus ramas secas, pero no su recuerdo.


Ahora, es momento de abandonar la casa, aquí se quedarán por siempre nuestras historias y nuestras esencias. Otros la habitarán, pero nosotros la llevaremos por siempre en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.  No olvidaremos nunca las gruesas paredes de adobe en las que se quedó el eco de nuestro primer llanto, al nacer. Físicamente ya no la visitaremos, pero...¿por qué no?, al soñar nos desprenderemos de nuestros cuerpos y volveremos a recorrerla como antes, como siempre.


“Cierro la caja y la abrazo cerca de mi corazón, intentando con ello retener el tiempo que hoy parece avanzar con velocidad desmedida”.

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