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El arte de bordar colores e historia

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- De haber sido hombre, Manuela Cecilia Lino Bello estaría en el campo sembrando la planta del añil para teñir sus textiles, dice. Pero es mujer, tejedora y bordadora, y sus cultivos brotan entonces en las prendas que porta, como el chal que usó en Los Pinos el pasado jueves 15, cuando recibió el Premio Nacional de Artes en el campo de las Artes y las Tradiciones Populares.


Y no sólo el chal sino todo el traje, cuajado de flores, pájaros y animales, contiene su trabajo y las enseñanzas de sus antecesoras. Por eso es su preferido, cuenta la artista de Hueyapan, Municipio serrano de Puebla: trae su tierra en el vestido y, en puntadas multicolor, todo lo que mora en ella.


Cinco personas trabajaron en la prenda durante un año; una sola artesana requeriría hasta tres, advierte Cecilia Jaime Lino, hija de Manuela, bordadora también y quien traduce al náhuatl las preguntas dirigidas a su madre, muy cerca del oído derecho, ya desgastado por los ojos, como sus ojos.


Lo que no se extingue en Manuela Cecilia, de 74 años, es su "necedad", admite en castellano, para conseguir las materias primas de las que obtiene los tintes naturales que distinguen sus textiles y que le han valido el máximo galardón nacional.


"Doña Manuela Cecilia es portadora de los conocimientos de tintorería artesanal mejor preservados en México desde la época prehispánica, como el teñido con añil logrado mediante procesos de fermentación natural con 'agua de simiente' y tezuatl (hierba local), lo cual es único en el País", destaca la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, institución que propuso la candidatura de la artesana, galardonada también por rescatar la indumentaria ancestral y los estampados originarios.


La existencia de Manuela Cecilia se enlaza con el textil desde que su abuela le enseñó, a los 7 años, cómo obtener lana, tratarla y tejerla en telar de cintura. Luego ella recuperó los tintes tradicionales, principalmente la cochinilla y el añil, que además de teñir prendas apaciguan su ánimo cuando tiene completa su provisión de materias primas; si algo le falta, como el añil -no siempre disponible-, se pone "pensativa".


"Lástima porque soy mujer, pero si fuera hombre conseguiría la semilla (del añil) para empezar a sembrar en mi pueblo, en la sierra baja donde hace más calor", cuenta la artesana: "Tuve la oportunidad de estar en El Salvador; Dios todavía socorría mi vista, y nos llevaron a ver las huertas del añil. Son parecidas a los arbolitos de la ciruela perfumada, pero hace un calor fuerte, entonces el añil no quiere tierra fría, sino caliente... Para sembrar solamente un campesino, sería mi esposo que intente, y si no pues seguiremos comprando.


"O sea que soy necia de andar buscando mi materia prima, de estar haciendo el trabajo", dice durante una entrevista en un hotel Ciudad de México, antes de partir a Hueyapan, ya con el diploma de su premio en las manos, entregado por el Presidente Enrique Peña, al que agradece la cordial familiaridad que le dispensó al saludarla.


"Me da ilusión, lo hago con gusto, lo aprendí de niña. Nunca me esperaba un reconocimiento. Lo hice de buena voluntad, nunca por interés".


A Manuela Cecilia la premiaron, además, por transmitir sus conocimientos. Dirigió la organización Tamachichijhuatl, que preserva la tradición textil desde hace más de 30 años, y que agrupa ahora a 260 artesanas.


"Si dios me presta la vida no le voy a parar, aunque no sea a nivel pueblo, pero por lo menos en mi vecindario y con mi familia".

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