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Oaxaca, la ciudad que resurge en julio

Foto(s): Cortesía
Redacción

Oaxaca.- Lastimada, ofendida y con cicatrices que sólo el tiempo puede desvanecer, está el alma de la Verde Antequera.


Echar una mirada a su pasado provoca nostalgia, pues hace mucho que aquí no saluda la tranquilidad con la que los abuelos solían pasear; no le gusta su presente, pero aún así, se esfuerza en trabajar para dejarle algo a sus hijos o vestirse de gala y recibir a sus amigos.


El verde esmeralda de su cantera palideció; hoy, el zócalo de Oaxaca no es el mismo donde su gente paseaba con libertad y la marimba, el mariachi o los tríos ambientaban los portales.


La espera parece no acabar, pero el viejo laurel permanece ansioso por volver a cobijar las orquestas y las bandas que con sus melodías oaxaqueñas enaltecen el orgullo oaxaqueño, y hasta hacen bailar un buen danzón.


"Es un problemita que no se va a acabar. Tanto los maestros como el gobierno están en su posición, y mientras no lleguen a un acuerdo, todo va seguir igual y afecta a toda la ciudadanía", dice don Miguel Betanzos, mientras deja atrás el Centro Histórico.


Sus calles huelen a abandono, a desolación, a protesta. Y mientras el interior del emblemático mercado "Benito Juárez" se reconstruye, afuera, su gente trata de sobrellevar sus días con lo mejor que tiene, su trabajo.


Doña "María" poco quiere hablar del problema en Oaxaca. El coraje la invade y sólo dice que "los políticos se deben dejar de pelear, porque eso es la consecuencia de todo. Que dejen de pelearse para que nuestra ciudad esté bien".


Preocupada, angustiada y desesperada también está la ciudad. La fiesta máxima de Oaxaca está por celebrarse y su imagen no es la mejor; las entrañables escaleras del Cerro del Fortín están destrozadas. Más arriba, el auditorio Guelaguetza se encuentra a medias con la velaria.


La incertidumbre porque la "remodelación" -de un espacio que no estaba en ruinas- no concluya en menos de tres semanas, taladra la paciencia de su gente; de aquellos oaxaqueños que recorren por tradición la escalinata convertida en verbena cada "Lunes del Cerro".


"Es triste ver este lugar así. Las autoridades nada más descomponen donde no estaban tan mal las cosas, y donde está feo no componen. Es una tristeza que no haya conciencia de nuestras autoridades", dice la señora Blanca Gonzales, mientras desde la parada de autobús, que está sobre la calle de Crespo, observa la construcción.


La fiesta que revive a un pueblo


El reloj avanza, y como hace dos años, el plantón vestiría la Guelaguetza, fiesta que también resintió la división de su gente al convertirla desde 2006 en popular y oficial.


Pero es esa fiesta racial que pone en alto el nombre de Oaxaca, en el que se da cuenta al mundo de herencia cultural, cuando las banderas de protestas hacen una "tregua" en honor a los antepasados y el color de la ciudad regresa con su gente que sale esperanzada y ansiosa de recibir a sus hermanos, a sus parientes, a sus amigos y a los extraños.


Es por ese día, por el que los oaxaqueños no se rinden, pues viven del turismo; en el que sobre la cantera desencantada el cielo se vestirá de colores para gritarle al mundo que Oaxaca tiene lo tiene todo, a quien Francisco Toledo le pinta, Lila Dows le canta y su momento le escribió Andrés Henestrosa y tantos más, pero que hoy no se ve.

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