A Francisco Toledo le cuesta aceptar los reconocimientos; confirma, a sus 77 años, que todo se le ha dado solo, tanto lo bueno como lo mano. Lejos de lo que muchos creen, afirma con modestia, nunca se planteó ser un gran pintor, ni tener éxito. A 50 años de iniciar su carrera artística, se asume como migrante, una condición que le fue ajena a sí mismo.
Sobre su legado a Oaxaca comentó que sólo se trata de "cosas que salieron así: esto era la casa, se quedó sola y alguien dijo por qué no hacemos un museo; luego, la obra que se compró se destruyó y no se pudo, pero logramos conformar el acervo. Todo ha salido así, involuntariamente".
A la pregunta de si cambiaría algo, responde que sí, que cambiaría las canas: "Uno llega como llega y no hay nada que hacer, ojalá fuera uno más sabio, pero no aprende uno a través del tiempo repitiendo de sus errores. En la pintura, creo que es un mundo muy cerrado; en mi trabajo no tengo muchas salidas, hay repetición, aunque con variantes, pero la veo con sus límites".
Bajo la urdimbre que han tejido las ramas de las bugambilias del patio del IAGO, apunta que el activismo no se cuantifica, que cada quien hace lo que puede y hay que ser constantes, lo cual él no es: "Con Patronato Pro Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural de Oaxaca (Pro-Oax) quisimos cambiar la situación en Oaxaca, pero no lo logramos".
Tiene un deseo, acepta, y es que le gustaría ver que las instituciones sean sólidas para darle continuidad a su labor: "Para que cuando yo ya no esté sigan haciendo la labor que hacíamos. Hay que hacer algo para organizarlo mejor, con la federación más cerca, porque la cultura cuesta. No estando yo, de dónde vamos a sacar. Por eso nos acercamos al INBA y estamos ligados a instituciones. Hay que prepararse para dejar lo que se ha hecho, para que pueda trabajar durante muchos años más".
