Denarios: Muestra de respeto en Santiago La Galera | NVI Noticias Pasar al contenido principal
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Denarios: Muestra de respeto en Santiago La Galera

rezo
Foto(s): Cortesía
Redacción

Petra

Entre los muchos obsequios que los familiares del novio llevaron a la fiesta -refrescos, cartones de cerveza, frutas, aves de corral y bultos de maíz-, había también canastos enormes con pan y especias para aderezar el mole. A mitad de la melodía, los presentes fueron cedidos a los familiares y amigos de la novia y en unos segundos el baile se generalizó; solo los bultos de maíz no encontraron relevo.

Cuando el baile de entrego de presentes terminó, todos los acompañantes del novio se formaron para entregar sus regalos, que fueron acomodados en un cuarto especialmente engalanado con un altar en el que el Santo Patrón, Santiago Apóstol, ocupaba el lugar principal entre otras imágenes católicas. En el patio tendieron con gran diligencia largos tablones y se acomodaron sillas para que diera inicio el banquete. La gente fue acomodada, dando prioridad a las personas mayores.

A un lado de la cocina, estaban dos fogones improvisados: uno, con un gran cazo en el que hervía el mole, soltando el olor de las especias; y otro, con una no menos grande cazuela de barro que contenía arroz blanco aderezado con hierba santa, que ahí abunda.

Tal vez en consideración a que habíamos viajado desde la ciudad por más de cuatro horas para llegar a La Galera, sirvieron nuestros platos de mole acompañados de lo que para mí es la parte más sabrosa del guajolote, las piernas. No me da pena contarles que repetimos con otro plato, con algo de temor a sufrir alguna consecuencia digestiva.

Los anfitriones fueron todo amabilidad con los invitados. Hasta que comió el último de los asistentes levantaron las mesas, y las sillas fueron acomodadas en dos hileras por todo el perímetro irregular del patio. Las cabezas de las personas que se sentaron en la fila de atrás, parecían coronadas por las ramas de las plantas que rodeaban el lugar.

El aroma del mole se fue diluyendo para dar paso a los perfumes de los azahares de café, de los papayos machos y de los limoneros que, al mezclarse con los de las diversas plantas de ornato del lugar, como las heliconias -que parecen racimos colgantes de cabezas de pájaros rojos y pico verde-, las hawaianas y otras más que competían en belleza y que conozco de vista pero ignoro sus nombres, perfumaban y refrescaban el ambiente. La gente bailaba, sudaba y reía sin prestar atención a aquel ensamble de fragancias que nos bañaba y que para ellos es cotidiano. Varias veces me alejé un poco del bullicio para respirar a mis anchas aquellos aromas que parecían danzar entre el aire suave del lugar, y que me hicieron recordar las ceremonias de ofrecimiento de flores a la Virgen María en mi niñez.

Cerca de la media noche nos despedimos, porque el camino de regreso es largo. El baile seguía, así como la repartición de cervezas frías y el mezcal que acompañó al tradicional mole de guajolote. Para nuestra tranquilidad, Juan guió el carro con pericia por la pendiente que parece tan terrorífica como las de una montaña rusa y que une al pueblo con la sinuosa carretera federal Oaxaca-Pochutla.

La luz de la luna llena iluminaba la cordillera costera que parecía un interminable y un azulado Quetzalcóatl serpenteaba en busca del mar. Las luces de las comunidades remotas de la zona parecían manchas tintineando por su cuerpo.

“Los anfitriones fueron todo amabilidad con los invitados. Hasta que comió el último de los asistentes levantaron las mesas”.

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