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LECTURAS PARA LA VIDA: La otra conquista

sobrecargo
Foto(s): Cortesía
Redacción

Gregorio Melgar Valdés

 

Y no fue cuento: Tendrá menos de un lustro que mi Dulcinea y el que esto escribe, una tarde, comiendo en un restaurante de corte español y frente a una copa de vino de “Rioja”, en lo que fuera la antigua capital de la Nueva España, acordamos y decidimos hacer un viaje a la “Madrastra Patria”, con la finalidad de gastar algunos dólares y euros que nos hacían bulto. Yo me preparé para el viaje con gran antelación e indagué por mi cuenta, ¡dónde estaba España!

Pues dicho y hecho, sin pedir más permisos concertamos el ilusionado viaje -la conquista se iniciaba-: unos días antes de la fecha señalada ya teníamos dispuestos los Samsonites, los pasaportes y la larga lista de necesarios e infaltables medicamentos (desde los cotidianos, los preventivos y los de emergencia), los cuales ya significaban buen peso en los respectivos equipajes. El día de la partida, previa revisión del largo listado de las cosas que no podíamos olvidar, ¡y que mi Dulcinea había como siempre preparado!, partimos al cómodo, moderno y amplio aeropuerto citadino, acompañados de una de nuestras hijas. Cumplimos los dilatados y complejos trámites de la servicial y ágil burocracia aeroportuaria “mexica” para quedar prestos a “cruzar el charco”.

Después del breve lapso de espera desde nuestra llegada al aeropuerto hasta nuestro “despegue”, no menos de 3.50 horas, finalmente, montados en la Ibérica nave dejamos atrás el Anáhuac. Más de nueve mil kilómetros y poco más de once, de once largas horas de vuelo nos separaban de la “Vieja España”. Solo la ciencia y la gran tecnología del hombre pueden lograr esta proeza -sobre todo si partes de que Colón tardó poco más de dos meses en llegar a las “descubiertas” Américas-; partiendo de este hecho, debía estar satisfecho de las once horas. El vuelo resultó de lo más cansado y aburrido; las serviciales azafatas hispanas nos atendían con tal prontitud como si todos estuviéramos registrados en el buró de crédito; la cena, muy variada; en el amplio menú podías escoger entre un platillo de pollo o uno de pescado, pero en la comida cambió: ahora era “pescado o pollo”, o un sándwich de queso. El café lo podías repetir, fue servido en una abundante taza un poco más grande que un dispensador de jarabe para la tos; agua sí, la que quisieras, opté por lo último.

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