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Eres lo que creas: Las miradas

Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Ramón Guzmán Alvarado

 

Se asoma a la puerta con timidez, me sorprendo no lo puedo definir, ¿cómo alguien de tan avanzada edad, caminando tanto, vendiendo sus sencillos productos, al tiempo que su mirada de cansancio es de solicitud de ayuda? 

Y lo que no puedo definir es su amable y gentil sonrisa, donde tal vez se conjuga la aceptación de las negativas de las personas de comprarle, la dulce resignación de las inclemencias de la vida, un agradecimiento anticipado o un afecto hacia las personas traducido en la dulzura de su mirada. La venta ha sido un éxito, un profundo y sentido agradecimiento es su alegre y a la vez sutil despedida.

No es al único que veo, más frecuentemente, una mujer también de edad avanzada conduce un triciclo empujándolo con sus magras fuerzas, pero la necesidad le da fuerza e impulso, me imagino un hogar con múltiples carencias, probablemente hijos también con necesidades al grado de estar imposibilitados para ayudarle, ¿una actividad para mantenerse en movimiento? ¿no lo sé? Y todo lo dudo por su cansada y a la vez esperanzadora mirada, se frena en una esquina hace sonar su bocina, vocea sus productos; una que otra persona se acerca y compra algo, se ilumina su rostro y le hace resplandecer una débil sonrisa, voltea a su alrededor, esa esperanza, esa necesidad le hace cobrar impulso y va hacia la otra esquina.

Es una niña menudita de probablemente 12 años, su mirada es de asombro, miedo, resignación por su circunstancia probablemente no conoce más que la calle, de hecho, su contexto es situación de calle, alrededor están varios hombres sus ropas raídas, sucias, al parecer alcoholizados o drogados, seguramente hambrientos, con sed, con muchos signos de pobreza en sí y en esos infectos espacios improvisados, una lona un plástico, debajo de un árbol, alrededor lleno de inmundicias. 

Quisiera imaginar que junto ella están su padre, sus hermanos, que por circunstancias desgraciadas están en una condición paupérrima, ¿pero si no son sus parientes? ¿Qué hace una niña allí? ¿en donde están sus padres? ¿en donde está su familia? ¿en dónde los gobiernos? ¿la sociedad? ¿nosotros?... 

Muchas veces nos apoyamos de las circunstancias tan difíciles, lacerantes, lastimosas, que pasan los perros de las calles, pero muchas veces silenciamos nuestro corazón, acallamos nuestros oídos, nos volvemos ciegos ante el sufrimiento humano, quizás porque nos duele ver la tristeza, la conmoción que nos causa este panorama no humano, propio de una frialdad nuestra ante el dolor humano, nos duele quizá estos gritos desesperados clamando nuestra piedad, o tal vez no resistimos ver de frente las profundidades del prolongado y tan alto grito de ayuda, de piedad humana, de esas poderosas y a la vez angustiosas miradas.

 

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“Otras veces silenciamos nuestro corazón, acallamos nuestros oídos, nos volvemos ciegos ante el sufrimiento humano, quizás porque nos duele ver la tristeza, la conmoción que nos causa este panorama no humano, propio de una frialdad nuestra ante el dolor humano”.

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