La cosmogonía de una tierra plasmada en la ropa que portan las delegaciones de cada rincón de Oaxaca se acompasa de la música que embruja, que embelesa a quienes abarrotan un auditorio hipnotizado con la parsimonia de los pasos de baile, coplas y rituales; son como la invocación a una deidad realizada por los pueblos negros y los hombres de Santiago Llano Grande hechos unos diablos, que se amalgamaron en el crisol de la diversidad cultural en que se transforma el Cerro del Fortín, donde se muestra la pasión y el amor por la identidad de las raíces de un pueblo.
Esas tradiciones fueron presentadas ayer durante cuatro horas en el máximo escenario de Oaxaca, el auditorio Guelaguetza.
El zapateado del jarabe istmeño. FOTO: Mario Jiménez
Largas filas
Aún no amanecía y las filas de quienes esperaban entrar la rotonda de la Azucena que desde hace 86 años se abarrota en los dos últimos lunes de julio.
Así como la gente se desbordó en las calles de la capital durante el desfile de delegaciones, ni un solo asiento del auditorio quedó vacío.
Sentados, de pie, ondeando el sombrero, gritando, ovacionando o aplaudiendo, asistentes disfrutaron de las delegaciones que no pueden faltar en cada presentación, como San Juan Bautista Tuxtepec con Flor de Piña, la más ovacionada y a la que le aplaudieron de pie después de mirar a casi 40 mujeres unidas por una danza que excluye a los hombres para rendirle culto a una fruta.
El Himno a Centéotl, el arranque
Elegida apenas el sábado pasado de entre 29 participantes, Francisca Pérez Bautista, como la Diosa Centéotl, encabezó desde las 10:00 horas la primera presentación de la Guelaguetza.
Con humildad y alegría, la representante de Santa María Zacatepec disfrutó del tributo dancístico que le ofrecieron por representar a la deidad del maíz, incluyendo a sus paisanos que emularon el pedimento de una boda y el carnaval con hombres entintados de rojo representando a diablos.
El espectáculo comenzó con el himno en honor a la Diosa Centéotl. Siguió la Danza de la Pluma que en ediciones pasadas acostumbraba cerrar la Guelaguetza.
Los 17 bailarines de Teotitlan del Valle ejecutaban una religiosa sincronía de pasos, como si las plumas de sus penachos les concedieran el poder de levitar por segundos.
Sones y Jarabes de Betaza con San Melchor Betaza. FOTO: Mario Jiménez
Al son de la música de San Belchor Betaza, los once mil asistentes acompañaron los pasos de 12 parejas blanqueadas por sus ropas.
Los vivas iniciaron con San Pedro Tapanatepec, en una simulación de las mujeres yendo al río a lavar la ropa del Santo Patrono para terminar bailando con su nagua florida y mostrar con cadencia las detalles de su enredo blanco.
Baile y belleza diversa
Las delegaciones desfilaron con donaire, indígenas y mestizos ufanos subieron a la rotonda: Huatla de Jiménez, San Antonino Castillo Velasco, San Vicente Coatlán y Huajuapan de León, ésta última provocando el ondeo de sombreros mientras miles de personas se unían a entonar la Canción Mixteca.
Descalzas, con huaraches o zapatos de tacón, con atuendos bordados, hechos en telar de cintura, con faldas amplias y de satín, pero casi todas con el cabello trenzado, las mujeres demostraron que no hay un estandar de belleza, que en Oaxaca es diversa.
Con ropa de manta, sombrero de terciopelo o palma, con sarape al hombro, paleacate al cuello o machete en la mano izquierda, los hombres rasgaron el piso, brincaron, zapatearon o cantaron el jarabe Chenteño de San Vicente Coatlán.
Un mono de calenda observa el bailable de las chinas oaxaqueñas. FOTO: Mario Jiménez
El piso retumbó con el zapateado de San Juan Cacahuatepec, el preámbulo de un cierre a cargo de las Chinas Oaxaqueñas, con canastas de figuras tapizadas de flores, hombres con faroles, marmoras y fuegos pirotécnicos.
El primer día de la fiesta terminó. Hay quienes con ansias ya esperan la octava y que con sus variantes el espectáculo se repita el segundo Lunes del Cerro.
