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Amor al estilo Guelaguetza, sólo en Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Nadia Altamirano Díaz

El ruido de un cohete que irrumpe en el aire es el aviso de la explosión de alegría y música. En el anuncio de su participación en la Guelaguetza, sólo dos delegaciones, las Chinas Oaxaqueñas de Doña Casilda y Tlacolula de Matamoros, convulsionaron con su folclor el centro de esta ciudad ayer por la tarde.


Para Julián, el cuarto convite de Julio, mes de la Guelaguetza, fue el pretexto para sorprender a Soledad con su propuesta de matrimonio, a ritmo del Jarabe del Valle, al pie de la fachada del templo de Santo Domingo de Guzmán y con mujeres ataviadas de chinas oaxaqueñas, bailando a su alrededor.


Son las 19:00 horas, la luz del sol ilumina la tarde, la noche aún no cae. Como el sábado anterior, la escena se repite puntual. El derroche de baile empezó de nuevo en la emblemática Cruz de Piedra, poco antes de donde inicia el andador turístico.


Hombres cubiertos de manta gritan para contagiar el gozo. Al arder y girar una rueda con fuegos artificiales silva y al elevarse en el aire una lluvia de chispas da paso a globos gigantes sostenidos por hombres que bailan como si cargaran el asta de una bandera; son “los marmoteros”.



Los monos de calenda que emulan cuerpos de hombres y mujeres giran hasta el cansancio. Los acordes de chilenas y las vivas contagian la quietud de quienes aguardan en las banquetas, detenidos como una valla humana.


Son las Chinas de Casilda y antes de ellas el desfile de faroles hechos con carrizo y papel celofán, con forma de chapulín, una sandía, un gallo, una flor de liz, un caliz o estrellas.


Los hombres y mujeres que no bailan, de sus canastos reparten pinole en papel de estraza hecho un delgado cucurucho, o mezcal en pedazos de carrizo.


Las chinas oaxaqueñas rompen el baile, se adueñan de la calle en dos hileras, lo hacen a paso lento, dando vuelo a su falda mientras en la cabeza equilibran su canasta con adornos de flores.


Duró muy poco


La gente se alborota, una banda enciende el ambiente, vienen más chinas oaxaqueñas cargando canastas con figuras de todas formas: un colibrí, corazones, cruces, estrellas o una mazorca coloreada con flores.


Los faroles cobran dimensiones admirables, como un rehilete que avanza a lado de una réplica de una tehuana con su propio farol.


El pan o pequeñas tostadas caen de sorpresa en caras de espectadores distraídos. Dos marmotas de gran tamaño saludan a quienes ahora ven a la delegación de Tlacolula de Matamoros.



La música emana de un tambor, trombones, saxofones y clarinetes, las mujeres también cargan sus canastas adornadas con figuras hechas con flores de  margaritas, tan blancas como sus blusas, cuyo atuendo complementan con su enredo guinda y rebozo de bolitas.


Propuesta en medio de la fiesta


La gente espera a otras delegaciones, pero no hay más, este cuarto convite sólo fue una breve probadita de Guelaguetza, el consuelo es que el otro viernes habrá otro, pero para Julián es la oportunidad de atraer las miradas de los espectadores al atrio de Santo Domingo, donde baila un pequeño grupo de chinas oaxaqueñas a ritmo de una banda tradicional.


Hasta ahí lleva a Soledad, su novia, con quien llegó de Tehuacán para disfrutar del amor a ritmo de Guelaguetza.


En una pequeña marmota que carga y hace girar un joven el mensaje, sin signos de interrogación es claro: “Te quieres casar conmigo Soledad”.



La propuesta de matrimonio se concreta cuando Julián se hinca y pone el anillo de compromiso en la mano de Soledad, entre gritos de mujeres que quieren conocer la fecha de la boda “para venirles a echar porras”, pero Julián aclara que aún no lo definen y será en Tehuacán, de donde llegaron ayer por la mañana.


El júbilo por el folclor de Oaxaca no se agota, la explanada tiene que ser desocupada para que el convite de una quinceañera inicie. Es julio y se vive a ritmo de Guelaguetza.

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