Guían rezadores al descanso eterno | NVI Noticias Pasar al contenido principal
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Guían rezadores al descanso eterno

Foto(s): Cortesía
Citlalli López Velázquez

El golpeteo en la puerta era de aquellos que disparan tristeza. Cristian abrió. Una familia lo buscaba con desespero. Él tomó los libros de oración y salió a la calle hasta llegar a la casa en donde una mujer exhalaba sus últimos suspiros de vida. 


Hacía mucho tiempo que ella había dejado la religión católica, pero en sus últimos minutos pedía esos rezos que la ayudarían a bien morir. 


Christian Pérez, rezador desde hace 20 años, no olvida aquella experiencia: “La señora comenzó a suspirar. Sus labios nombraban a la Virgen de Juquila. Ella decía desesperada: 'Virgen de Juquila, ya vienes por mí y yo que te quemé' -porque la señora había quemado todas sus imágenes-. Le pedimos que estuviera tranquila, que no tenía nada de qué arrepentirse porque ya la habían perdonado. Recé, luego se escuchó un rechinar de dientes en toda la casa, como cuando rechina un carro. Ella sólo dijo: '¡Virgen de Juquila, ayúdame!', volteó los ojos y murió”.


Christian es rezador de Equipulas, Xoxocotlán. Aunque de profesión es abogado, desde que tenía cinco años, supo que su misión era ayudar a las personas que fallecen a alcanzar la paz. Así, desde esa edad se inició en este oficio que ofrece como un tequio a los pobladores de su localidad.


En distintas comunidades de Oaxaca, las rezadoras y rezadores son una pieza fundamental en el paso de la vida a la muerte, sobre todo ante la escasez de sacerdotes. 


“Son un apoyo para la piedad popular (que son los rosarios y procesiones) debido a que no hay suficientes curas para dar este tipo de asistencia a todo el pueblo; como rezadores apoyamos a las personas. Somos como sus auxiliares y la comunidad confía en nosotros”, expone. 


Heredero de esta labor, desde sus bisabuelas y abuelo, el joven de 25 años de edad comenzó este camino con la Hermandad del Rosario, quienes al ver el desinterés de las nuevas generaciones, compartieron con él los tonos, alabanzas y oraciones.


"A lo largo de los años, me ha tocado ver a las personas morir, cuando se despiden, cuando los están amortajando o depositando en el cajón”.


El ritual 


La labor de los rezadores no concluye cuando el corazón de la persona deja de latir. Tras el fallecimiento, el cuerpo se coloca en el piso, ya sea sobre tierra o cemento, se le ponen dos tabiques en la cabeza; por un lado para que la madre tierra te reciba nuevamente y por otro para hacer indulgencia, es decir "hacer méritos para que los días en el purgatorio no sean muchos". 


Es en ese mismo momento, cuando empiezan los rosarios y los rezos. Sobre el lugar en donde la persona fue tendida, y luego de que su cuerpo es depositado en el cajón mortuorio, se hace una cruz de cal, debido a que lo blanco representa la pureza del alma.


Christian explica que este ritual armoniza las creencias prehispánicas y las religiosas. 


Después del entierro comienza el novenario, es decir los rezos del rosario durante nueve días. Entre la población se buscan cinco padrinos para que levanten la cruz de cal. Esto ocurre de aquella manera porque la cruz está dividida en cinco partes: Cabeza, mano derecho, mano izquierda, corazón y pies, que son las llagas más importantes de Cristo.


Cuando se hace el levantamiento de cruz -que es en las vísperas del noveno día- se coloca un tapete (representativo de la época prehispánica) con una imagen religiosa, a la que más devoción tuviera el difunto y se complementa con veladoras que son la luz que necesita para guiarse; así como con  flores alrededor, que simbolizan el paraíso prometido.


Cada familiar pasa a bendecir el tapete y a despedirse del alma. El tapete es llevado a misa y luego al panteón para depositar aquello sobre la tumba.


Tequio que agoniza 


Aunque es una labor espiritual y social, las nuevas generaciones no están muy interesadas en ella. En Esquipulas, por ejemplo, "los jóvenes sólo se acercan a la iglesia cuando existen actividades de Semana Santa, pero no apoyan el resto del año brindado servicio a quienes necesiten alivio con rezos", refirió.


Una de las principales razones, señala, es que lo consideran una pérdida de tiempo porque ser rezador es un oficio que se otorga como tequio: “Yo no cobro a las personas de mi localidad, es un servicio que yo doy. Lo que cobro son los tapetes porque lleva materiales, pero en los rezos no recibo paga. Hay veces que las personas, si así lo desean, te dan un apoyo; al final de cuentas, lo que yo hago es una Guelaguetza, ayudo y espero que así lo hagan cuando yo lo necesite”.


Por otro lado, señala, fuera de la comunidad hay quienes han tomado la labor de rezador como un negocio, con tarifas que van desde los cuatro mil pesos por un novenario, mismas que aumentan dependiendo de los requerimientos adicionales como la música y el tapete.


Aún así, Christian considera que el oficio de rezador no está condenado a morir, pues siempre se requiere de una voz que sea el canal para guiar al descanso eterno


 

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