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Sobre el derecho de consumir: un diálogo con Gilles Lipovetsky

Foto(s): Cortesía
Redacción
Felicidad efímera de las sociedades contemporáneas

 


Una tarjeta bancaria es bienestar al alcance. Ya habrá tiempo para discutir asuntos políticos. ¿Por qué especular sobre paraísos o infiernos futuros cuando es posible gozar del presente?


Ropa, zapatos, electrodomésticos, tecnología móvil, viajes familiares, regalos, platillos de temporada: el nivel de ingresos no es obstáculo, los créditos son más accesibles que nunca.


"El capitalismo de consumo es el sistema que hizo que la gente dejara de soñar con el futuro para enfocarse en el presente:

'Tienes que vivir bien ahora, en este momento. Tienes que disfrutar la vida, porque no existe otra vida. ¿Se te antoja esto?: cómpralo con un crédito, no pasa nada. ¿Quieres ir de vacaciones? ¡Anda, ve! Luego pagas'".


Gilles Lipovetsky nunca satanizó al consumismo de las sociedades modernas. Por el contrario, el optimismo de su pensamiento generó polémica desde los años ochenta, por distanciarse de los lugares comunes que declaraban la esclavización de las conciencias ante el creciente imperio del mercado.


El filósofo y sociólogo francés no se reconoce en el supuesto rebaño de consumidores irracionales. El acto mismo de consumir se desliga cada vez más de las aspiraciones de posicionamiento social.


Si bien salir de vacaciones o estrenar un automóvil han sido símbolos de estatus, Lipovetsky enfatiza que estas cosas nos impresionan cada vez menos. Y más aún cuando los créditos y promociones pueden hacer que un viaje o un automóvil sean accesibles a cualquier persona, sin tener que pertenecer a una clase social privilegiada:


“Muchos denuncian que la gente se vuelve cada vez más tonta por consumir, pero consumimos muchas cosas que nos dan bienestar. Es cierto que todos necesitamos un estatus, pero creo que el consumo ya no es un instrumento para la inscripción social como lo fue antes. Hoy el consumo es parte de la búsqueda del propio bienestar, puede significar una búsqueda de placer, buscar comunicar algo, o bien, una forma de evadir malestares personales.


Libertad, bienestar y consumo


Hace más de dos siglos que la libertad individual y el consumo se expandieron en una amalgama que favoreció el desarrollo de la modernidad. La gente descubrió nuevas maneras de transitar la vida cotidiana sin depender directamente de las circunstancias políticas inmediatas.


Lipovetsky lo manifestó décadas atrás, en textos como ”La era del vacío” (1983) y “El imperio de lo efímero” (1987): la estabilidad de las democracias liberales no llegaría de la mano con los grandes proyectos políticos, sino con los nuevos horizontes de la libertad individual, notablemente expandidos gracias a las ofertas de consumo.


“Las grandes utopías políticas fueron como ‘religiones laicas’, que prometieron un paraíso futuro a cambio de sacrificar el presente; sufrir ahora para tener un futuro mejor. En cambio, el consumo no exige el sacrificio de los intereses individuales”, dijo el sociólogo y filósofo en entrevista para NOTICIAS.


Así, mientras los grandes proyectos políticos prometieron paraísos futuros, el consumo ha ofrecido a las sociedades modernas un amplio catálogo de pequeños paraísos inmediatos. Se trata de un bienestar efímero, pero libre y autónomo.


La modernidad nunca terminó


Es fácil afirmar que el mundo está en declive, y que el consumismo está acabando con la cohesión social. Ante la inestabilidad y el ritmo acelerado de los cambios globales en las últimas décadas, resulta más sencillo romantizar al pasado.



Archivo fotográfico FIL Oaxaca

En esferas intelectuales, hace tiempo se declaró el fin de la modernidad, y con ello, la pérdida de toda esperanza en la conciencia ética de los individuos. El consumismo causado por el sistema económico capitalista era el culpable de una supuesta manipulación. Esta idea pasó de ser una postura crítica a convertirse en un lugar común, de escasa profundidad explicativa.


La modernidad no terminó. O al menos, no para Gilles Lipovetsky:


“Había una moda en los años ochenta, en la cual se hablaba de ‘postmodernidad’

En un principio, mi trabajo hizo una crítica a esta tendencia, porque el término nos dice que estamos en un ‘después de la modernidad’. Y me parece que ese diagnóstico es erróneo: estamos cada vez más sumidos en la modernidad…”


El pensador se ha posicionado en un sinfín de discusiones académicas por el concepto ‘hipermodernidad’, que ofrece un amplio margen analítico sobre la complejidad del mundo contemporáneo.


Con traductor al oído, lo escucha un amplio grupo de estudiantes de la Universidad Vasconcelos de Oaxaca.


El final de la edad media es la referencia común para plantear el inicio de la modernidad. Pero Gilles Lipovetsky prefiere situarse en un momento más específico, a inicios del siglo XVIII, para explicar a partir del impulso de tres factores que transformaron y potencializaron al mundo moderno: el desarrollo de las tecnociencias, la expansión del libre mercado y la cultura individualista de las democracias liberales.


“La modernidad marcó una ruptura dentro de las sociedades humanas, y podríamos decir que la hipermodernidad es el resultado de la exacerbación de las lógicas mismas de la modernidad”, explica el ponente.


El entorno fue mercantilizado


Su trayectoria como docente se hace evidente. Estudiantes escuchan atentos el desglose y aterrizaje conceptual en una ponencia amena:


“Muchos cambios sociales son impulsados por descubrimientos científicos. Este fenómeno era muy reducido en aquellos años, y hoy en día es sorprendente. Hemos conquistado el espacio, hay avances increíbles en la ingeniería genética. Cuántas cosas hacemos con la nanotecnología… Y como humanidad, seremos cada vez más dependientes de la investigación científica y la aplicación de las innovaciones tecnológicas en nuestro día a día”.


Es observable para cualquiera: la inteligencia artificial ha facilitado la producción industrial. Las ciencias médicas y  las industrias alimentarias no serían lo mismo sin estos desarrollos. El flujo de dinero no sería el mismo sin las posibilidades de la tecnología virtual. Y sobra mencionar los dispositivos móviles que nos ayudan a mantenernos en conexión permanente, a través de un sinnúmero de espacios de encuentro màs allá de los territorios.



Archivo fotográfico FIL Oaxaca

Es sencillo observar la presencia de todo tipo de artefactos tecnológicos que se producen y distribuyen desde la ley de la oferta y la demanda, en una evolución constante de la investigación y las estrategias de comercialización:


“Se habló del crecimiento del mercado desde el siglo XVIII, con Adam Smith y su metáfora de la mano invisible. Desde entonces, se ha dicho que las empresas deben crearse a partir de la libre iniciativa. Y vemos que cada vez más actividades están regidas bajo la lógica mercantil”.


Es difícil pensar en actividades que sean ajenas a la comercialización en alguna de sus dimensiones. Muchos museos surgen de la iniciativa privada, o bien se rigen bajo criterios de rentabilidad; las industrias del deporte producen grandes ídolos que favorecen la venta de un sinfín de productos de otras industrias.


Si alguien quiere ejercitarse, encuentra un inmenso catálogo de ofertas de ropa, suplementos alimenticios, centros deportivos y entrenamientos de distintas disciplinas. Cada sujeto puede encontrar las opciones que mejor se adapten al estilo de vida que aspira tener.


Lo mismo ocurre con la mercantilización de la sexualidad, rodeada de industrias que van desde la pornografía hasta los vestuarios, juguetes y accesorios que ofrecen nuevas formas de experimentar el erotismo.


“Hoy en muchos países existe la posibilidad de pagar por intervenciones médicas que favorecen la fertilidad. Si antes era algo exclusivamente natural, ahora muchas mujeres pueden ser madres cuando lo decidan, incluso sin necesidad de tener una pareja. Nos encontramos en sociedades donde casi todo tiene que ver con una actividad mercantil, y no podemos decir que esto sea malo”.


Lipovetsky describe un mundo que ha constituido un conjunto de nichos de oportunidad para la iniciativa privada, y asimismo las industrias han transformado nuestras maneras de vivirlo. El mundo ha sido estetizado para poder rentabilizarlo, y sería difícil negar que hay cosas buenas en ello.


La conquista de la individualidad


De entre los factores que impulsaron a la modernidad, la triangulación se cierra con la cultura del individualismo, promovida desde los modelos democráticos liberales.


Tan simple: si las tradiciones colectivas siguieran influyendo a los individuos como sucedía a inicios del siglo XVIII, hoy nadie se sentiría en libertad para disfrutar de la vasta oferta de experiencias lúdicas que ofrecen las opciones de consumo:


“Los individuos se reconocen como libres en las sociedades modernas. Antes, lo común era la obediencia a las instituciones religiosas, a las normas comunitarias, clanes, linajes familiares, etc. En la historia de la humanidad, esto nunca se había observado como hoy en día”.



Archivo fotográfico FIL Oaxaca

Casarse, divorciarse, vivir en unión libre (con una o más personas), procrear o no procrear, hoy son decisiones que se toman desde las aspiraciones personales:


“Hasta ahora, no conozco a ninguna mujer que sea nostálgica del pasado, cuando las normas colectivas les impedían decidir sobre sí mismas. Sus familias elegían un esposo para ellas y no tenían la opción de divorciarse. Tampoco podían elegir cuántos hijos tener ni cuándo tenerlos. No creo que nadie quiera regresar a eso”.


Es notable que las expectativas familiares cada vez influyen menos en la vida académica o profesional de las y los jóvenes, quienes muchas veces han optado por dar rienda suelta a sus intereses y pasiones personales para aventurarse a construir una trayectoria emancipada.


Existen modas y tendencias que varían al paso de los años. Esto marca rupturas paulatinas con los valores de generaciones anteriores.


La religiosidad no ha desaparecido, pero tampoco está exenta de esta individualización:


“Cuántas personas que se definen católicas pueden respetar a la figura del Papa, y no por eso concuerdan con todas las ideas que definen al Vaticano en materia de sexualidad, derechos humanos o libertad de expresión. Cuántos sujetos hoy pueden decir ‘soy cristiano, pero me gustan algunas cosas del budismo’. La gente ahora suele construir sus propias creencias, de maneras muy personales.


Todo esto forma parte de la misma modernidad, que Lipovetsky describe como exacerbada en tiempos actuales. Hay descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas que crecen a ritmos incesantes.


La publicidad ha estetizado la forma de observar al mundo, en un esfuerzo de los agentes industriales por atraer miradas de clientes potenciales. El disfrute del mundo contemporáneo se expande a terrenos virtuales, inmateriales, lúdicos, donde cada internauta puede disfrutar de muchas opciones electrónicas para crear travestismos del “yo”.


La modernidad implica libertades para hacer, deshacer y replantear la trayectoria de vida tantas veces como se desee, sin anclajes involuntarios a las normas colectivas tradicionales.


Esto no nos sitúa más cerca del cielo ni del infierno, y así lo han explicado los ensayos de Gilles Lipovetsky desde hace décadas. La modernidad nunca terminó:


“Hablar de posmodernidad es absurdo; lo que estamos viviendo es una hipermodernidad. Y es cierto que podemos criticar la situación en que vivimos por razones muy válidas, pero no podemos negar que esto nos ha traído muchas cosas positivas”.


La complejidad de su discurso no se percibe en sus ejemplos, pero toma forma cuando pone en evidencia las contradicciones que enfrentan los individuos en el mundo actual, más allá de los juicios convencionales y por demás moralistas.


Ansiedad, estrés, insatisfacción: los costos son humanos


Constantemente, el autor invita a “pensar desde la paradoja”. En el auditorio de la Universidad Vasconcelos, esta se hace evidente cuando el pensador menciona las implicaciones negativas de esta hipermodernidad:


“En este contexto de individualización hay costos, y los costos son humanos: genera mucha ansiedad… hay mucho estrés. Una vez emancipado, el individuo se esfuerza por volver a crear su propia existencia, y es cuando se encuentra solo frente a sí mismo. Por eso, en las sociedades modernas existe mucha insatisfacción”.


Es innegable que las opciones para trazarnos proyectos de vida son muchísimas. “Historias de éxito” de personajes extraordinarios se distribuyen y comercializan como fuentes de inspiración. Por desfortuna, las expectativas de vida que nos trazamos no siempre son fáciles de alcanzar.


De pronto, la información que circula en redes sociales parece dar evidencias de muchas vidas mejores que la que hemos podido construir para nosotros mismos, y ya hay varios análisis psicológicos que señalan a esto como un detonante de ansiedad.



 


Las posibilidades para soñar son ilimitadas, y se emprenden desde lo individual. Sin embargo, la frustración de las metas no alcanzadas genera un malestar que se afronta en soledad:


“Mediante el consumo hay disfrute, pero también se generan malestares. En las sociedades de la hipermodernidad tenemos la religión del crecimiento económico. Sentimos que tenemos la obligación de producir cada vez más, y surgen nuevas adicciones porque el individuo se encuentra más solo, incomprendido. El sentimiento de felicidad ya no está progresando”.


Comenta el ponente que las personas gastamos en promedio tres veces más energía que en los años sesenta, pero no hay ningún indicador de que seamos tres veces más felices. Y estas no son las únicas causas de malestar, si consideramos que hay muchos factores externos que  obstaculizan las aspiraciones de plenitud.


Cuando los problemas rebasan al individuo


Contratos breves y sin prestaciones, bajos salarios, profesiones sin ejercer por falta de espacios laborales: “Producir más con menos” es la lógica en esta religión del crecimiento económico a la que Gilles Lipovetsky hace referencia.


A través de la conexión permanente a internet, los horarios de descanso se desdibujan para muchos trabajadores.


La informalidad laboral da incertidumbre, pero la formalidad ya no garantiza condiciones dignas. Mientras las opciones siguen generando fascinación, el bienestar es más difícil de alcanzar, y el trabajo se aleja cada vez más de las metas de realización personal.


“Hay una tensión, una contradicción entre los deseos de vivir mejor, que son cada vez más altos, y las posibilidades materiales de las personas. Eso explica que hay cada vez más personas que sufren por deudas”.


Cada vez menos familias mueren de hambre, y aun así están viviendo en otro tipo de pobreza. Son abundantes las opciones de préstamos que muchas veces se traducen en un estado prolongado (cuando no permanente) de zozobra por el pago de intereses y re negociaciones constantes de deudas bancarias.


“Es entonces cuando el sentimiento de ser libre se contrapone con el peso del mundo contemporáneo. Una presión que hace que las personas vivan preocupadas y ansiosas, y que hace que la existencia se vuelva pesada. Esto ha creado un estado de inseguridad personal generalizada”, explica Lipovetsky en entrevista exclusiva para NOTICIAS.


Por desgracia, el malestar trasciende más allá de lo económico. El pensador europeo sabe que Latinoamérica se enfrenta también a la inseguridad generada por el abandono de las autoridades competentes:


“En América Latina, se vive la corrupción y la violencia de los cárteles, de la mafia. Es un estado de inseguridad física que ya resulta insoportable para la población. Además, las desigualdades económicas que la globalización ha provocado han generado las olas de migraciones forzadas. No es nada simple este fenómeno”.


Ante ello, los estados y las instituciones democráticas han perdido credibilidad y confianza. Y aunque en cada territorio se vive de formas distintas, el fenómeno de crisis se torna global. No obstante, en medio de las paradojas de la cultura individualista, han surgido varias manifestaciones de participación ciudadana.


Más allá de las instituciones gubernamentales


“Podemos ver que más y más ciudadanos rechazan a las instituciones oficiales de las Repúblicas, así como a los partidos políticos existentes. Hay una evidente crisis por el rechazo generalizado a las instituciones políticas. Por su amplitud, el fenómeno es nuevo”.


En entrevista, el autor habla de la tendencia generalizada de desconfianza hacia la clase política. Son muchas las naciones donde los ciudadanos consideran que los líderes políticos son corruptos, que únicamente piensan en sus propios intereses y que no hay ideologías que puedan ofrecer alternativas. “Una situación muy grave”, califica.


Hay desinterés al respecto que, sin embargo, no significa que las sociedades hipermodernas no tengan un sentido de empatía con las causas justas y el bien colectivo.


“La acción democrática no es sólamente votar. La militancia civil en pequeños movimientos de apoyo es más grande que nunca. Hay más compromiso de las personas en acciones que realizan con una importante carga emocional: movimientos por la defensa de los animales, por el equilibrio ecológico, por el fomento de las artes, por los derechos humanos…”


Incluso de forma espontánea, la gente se vale de las redes sociales para denunciar actos de discriminación, de corrupción, delincuencia u otros tipos de injusticias.


Congruente a ello, podemos dar cuenta de las muchas peticiones que se firman en la red por defender grupos vulnerables en territorios lejanos. Y como ha sucedido recientemente en México, podemos ver que los desastres naturales han despertado una participación más activa por parte de la sociedad civil, que ha perdido la confianza en las instituciones gubernamentales.


“El individualismo no es sólamente encerrarse en un espacio privado. Esta cultura neo individualista implica que las personas establecen compromisos más libres por acciones que les llevan a nuevas formas de encontrarse. Son movimientos pequeños, que no necesariamente buscan cambiar al mundo, pero luchan por transformar ciertas cosas específicas”.


Hace tiempo que el sufrimiento de una tortuga se viralizó en redes sociales, y al poco tiempo se discutía en diversas legislaciones sobre la erradicación del uso de popotes y otros materiales sintéticos con impacto ambiental nocivo.


“Los movimientos ecológicos denuncian los hábitos en la espiral individual cuando estos son peligrosos para los ecosistemas en el planeta, y muchas veces logran impactar en las políticas de los estados”.


Explica el autor que estos son movimientos que se valen de las tecnologías y territorios virtuales para generar redes de apoyo.


Asimismo, se desarrolla la empatía por los grupos sociales que luchan por que les sean reconocidas y respaldadas sus garantías individuales en los marcos legales:


“Un ejemplo claro lo tenemos con los movimientos feministas. Son colectivos, pero buscan el progreso de los derechos individuales; las mujeres luchan por una vida más autónoma, y por ser dueñas de su propia existencia. Es una dinámica progresista. Es el caso de quienes luchan por el acceso a los anticonceptivos, por el derecho al aborto seguro, y de los movimientos que buscan garantías de seguridad que pongan fin al acoso, al abuso sexual y a los feminicidios ”.



Archivo fotográfico FIL Oaxaca

Las uniones conyugales de parejas del mismo sexo también han prolongado los horizontes de la individualidad, y nunca habrían sido discutidos en los gobiernos de no ser por la acción participativa de la ciudadanía.


La desconfianza en las figuras políticas no ha detenido los intentos por establecer mejores condiciones de bienestar. Sin embargo, Gilles Lipovetsky enfatiza la necesidad de volver la mirada a los Estados, que deberían vigilar la implementación de las políticas públicas que satisfagan las demandas sociales.


De vuelta a los Estados y sus instituciones


Se ha normalizado la preocupación por la inseguridad económica en varios territorios de América Latina. En Oaxaca, por ejemplo, los ingresos promedio rondan los 4 mil 400 pesos mensuales. ¿Es posible culpar a la ciudadanía por ello?


Es innegable que hay un problema con las políticas gubernamentales: “El problema vuelve a estar en la conquista de la libertad individual. Y al mismo tiempo, en las condiciones de vida de las personas, que son cada vez más difíciles. Ahora podemos ver que son muchos los problemas externos que sobrepasan a los individuos, y los Estados no están respondiendo ante ello”, dijo el filósofo y sociólogo en entrevista.


El consumismo autónomo expandió los horizontes de la libertad de los individuos en las sociedades contemporáneas. Pero de pronto, la misma individualidad aparece sofocada por las circunstancias del contexto político.


Es entonces, cuando la emancipación y la autonomía personal no siempre alcanza para vivir la realidad como una experiencia lúdica, y vuelve a ser indispensable voltear hacia las instituciones democráticas y a las responsabilidades de las autoridades.


Gilles Lipovetsky visitó Oaxaca


La ciudad de Oaxaca fue epicentro mediático cuando el filósofo francés inauguró la 38 Feria Internacional del Libro (FILO) 2018, en octubre pasado.


En medio de la incertidumbre por el futuro sociopolítico de México y otras naciones, la premisa de la conferencia encontró eco en la prensa nacional e internacional: “Ya no existe ningún sistema político capaz de hacernos soñar". El pensador francés dio voz a un auditorio cuya ovación hizo vibrar al Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca (CCCO).


La crisis es evidente si las personas no confían en la clase política. Refiriéndose a México y a varios países de Latinoamérica, el autor calificó como preocupante el hecho de que la ciudadanía vote a partir del rechazo a un proyecto político y no por la aprobación de otro.


La gravedad del problema se hace notar cuando la democracia institucional es un recurso desesperado por intentar salvaguardar las garantías individuales en sus dimensiones más básicas.


Hay un problema evidente cuando los Estados pregonan la necesidad de hacer alianzas con la iniciativa privada para favorecer el desarrollo económico, pero las políticas públicas no garantizan el acceso a los estándares de bienestar en el ciudadano promedio.


Gilles Lipovetsky sabe que las señales de alarma apuntan a una situación grave cuando no hay autoridades que garanticen la seguridad física de la ciudadanía que transita por las calles:


“Es únicamente el Estado el que debe dirigir las políticas públicas que puedan asegurar el respeto de las garantías individuales No se puede dejar todo en manos del altruismo, o de la sociedad civil; los alcances serán limitados mientras no sea el Estado el que actúe”.


Las paradojas son evidentes, y los motivos para preocuparse están ampliamente justificados.


¿Puede haber optimismo?


En medio de las contradicciones, tal vez haya maneras de mitigar el malestar. Al menos, los calendarios contemplan en sus últimos días una temporada de fiestas. En los casos de la gente más afortunada, se traduce en prestaciones laborales y el acceso a un lapso inamovible de bienestar efímero.


Las vacaciones ayudan, y el consumo aparece como un catálogo de opciones para elegir cómo transitar por este paraíso, con  aguinaldos que permiten comprar ropa, zapatos o electrodomésticos; es posible renovar la tecnología móvil, viajar en familia, disfrutar platillos de temporada y comprar regalos que den vida a los personajes mitológicos que representan las ilusiones más bellas de la infancia contemporánea (personajes amados por niñas y niños; y amados, también, por las grandes empresas que lideran la industria de la juguetería).


Al menos en estas fechas, el nivel de ingresos no es un obstáculo y los créditos son más accesibles que nunca. Una tarjeta bancaria es bienestar familiar al alcance.


Vale la pena recordar la visita de Gilles Lipovetsky a Oaxaca en octubre pasado, y la visita de su extraordinario traductor, héroe anónimo de entrevistas y ponencias “en español”.


Es pertinente recordarlo para pensar en nuestra relación con el consumo, con la democracia, con nuestra individualidad.


La política difícilmente nos llenará de ilusiones tan bellas. Pero al menos ahora podemos disfrutar del lado positivo de las paradojas que cobran fuerza cuando un gran consenso social nos invita a consumir para encontrar algo con lo que sí podamos soñar.


Y así podremos gozar de las fiestas de fin de año, del bienestar inmediato de unos días de descanso; gozar de la solvencia económica que nos permita sentir un bienestar efímero capaz de hacernos pensar con menos seriedad en el futuro sociopolítico que nos aguarda.


Ya habrá tiempo para sufrir la rutina del día a día, dentro de un mundo que nos invita a disfrutar la ligereza de una plenitud que se ve cotidianamente obstaculizada por la pesadez de la realidad.


La sensación de bienestar puede ser efímera y se esfuma con facilidad. Por consecuencia (y por fortuna), el malestar tampoco puede ser perpetuo. Parafraseando al autor, cabe decir que esta misma volatilidad que nos agobia también nos deja un margen para el optimismo.


Pronto se esfumarán las burbujas de la sidra, pero sabemos bien que volverán a danzar el próximo año. Una vez que se acerque el final del siguiente calendario, un nuevo catálogo de ofertas nos ayudará a relajarnos en la espera.

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