Antia Alfonso
La pérdida de un ser amado siempre produce dolor; es casi una verdad absoluta. Si dicha pérdida es súbita, el dolor se multiplica y se ve inherentemente acompañado de rabia. La desaparición es aún más violenta. En ella no sólo cabe el dolor y la ira de una muerte, sino la incertidumbre. Esa falta de respuestas que no deja dormir, que crece y atormenta cada día como una herida que no puede cerrarse hasta conocer la verdad; por cruda y horrible que esta pueda ser. Hasta encontrar a quien falta, sea como sea: vivo, muerto, en forma de huesos o de cenizas.
“Antígona”, de la actriz y dramaturga Sayuri Navarro, muestra una historia paralela a la tragedia griega del mismo nombre, pero ambientada en un México herido por la guerra contra el narco y las desapariciones forzadas.
Las protagonistas de ambas piezas buscan enterrar a sus hermanos a toda costa, y las dos se ven impedidas por un sistema al que poco le importa preservar la vida, o en última instancia, respetar la muerte.
La Antígona moderna pronto se ve sumergida en tratos peligrosos con gente que le advierte desde el primer momento que ningún favor es gratis, que todo en este lugar tiene un precio, mismo que ella parece dispuesta a pagar sin advertir lo alto que podría ser para la integridad de su cuerpo y de su alma.
En su obra, la autora aborda un problema que llena de impotencia a la sociedad; que desgarra familias enteras y las mantiene en una búsqueda eterna e implacable, y lo hace a partir de las acciones de una mujer que mueve todos los hilos de los que dispone, no sólo para encontrar a su hermano (de cuya supervivencia parece haber perdido toda esperanza), también para dar la posibilidad a otras de encontrar a sus desaparecidos y enterrar a sus muertos, de cerrar por fin esa cicatriz lacerante de la incertidumbre.
